lunes, 30 de diciembre de 2013

ELEUSIS


ELEUSIS

julio 1, 2010 por frater Blog Original: La Rama Dorada.
A treinta kilómetros de Atenas, Eleusis era una zona agrícola, en donde cobraron la mayor importancia sus cultos mistéricos.
En época remota, una colonia griega llegada de Egipto, trajo a Eleusis el culto de Isis, bajo el nombre de Demeter (Madre Universal), hasta que Teodosio con un edicto ordena arrasar el templo.
Demeter presidía junto a Perséfona, su hija,  los pequeños y grandes misterios
El pueblo reverenciaba en Ceres, diosa de la agricultura, la madre tierra, que para el iniciado es la luz celeste, la madre de las almas, y la Inteligencia Divina, madre de los Dioses cosmogónicos.
El culto en Eleusis, lo dispensaban los “hijos de la Luna” sacerdotes áticos, que actuaban como puentes entre tierra y cielo, cantando los medios para reencontrar el camino de ascenso, conocidos como Eumolpides “cantores de melodías bienhechoras”.  Bajo formas humanas, expresaban celestes ideas, que insinuaban en el alma una vida mejor y en el espíritu la inteligencia de las verdades divinas.
En el corazón de su culto, se hallaba el mito de Ceres y su hija Proserpina, que en sentido íntimo era representación simbólica de la historia del alma, de su descenso a la materia, de sus sufrimientos en las tinieblas del olvido, y su reascensión y retorno a la vida divina. Es decir, caída y  redención
En Eleusis todo se iluminaba, el círculo de las cosas se extendía para los iniciados devenidos en videntes, La historia de Psiquis-Persefora era para cada alma una revelación sorprendente, y la vida se explicaba como expiación o prueba.
Los misterios menores se celebraban en antestherion, en el mes de febrero, en Agae, pueblo vecino de Atenas, los aspirantes que habían dado pruebas suficientes eran recibido a la entrada de un recinto cerrado, por Hieroceryx, sacerdote que representaba al heraldo Hermes portador del caduceo, conductor e interprete de los misterios, que los llevaba al santuario de Koré (Proserpina) en mitad de un bosque sagrado, donde el coro de hierofántidas,  sacerdotisas  de Proserpina, entonaban solemnemente a los aspirantes una melopea grave, para seguidamente prophantida, la profetisa dirigente lanzar una maldición contra el que pretendiese profanar los misterios.
Tras varios días dedicados a la purificación, en la noche del último día se representaba el rapto de Perséfona
¿Oh aspirantes a los misterios, guardad y meditar esta expresión de Empédocles:… la generación es una destrucción terrible, que hace pasar a los vivos al lado de los muertos. En otro tiempo habéis vivido la verdadera vida y luego, atraídos por un encanto, habéis caído al abismo terrestre, subyugados por el cuerpo. Vuestro lado presente sólo es un sueño letal. El pasado y el porvenir, existen solos realmente. Aprended a recordar, aprended a prever…
Los neófitos convertidos en mystos (velados) volvían a sus cotidianidades, mientras el gran velo de los misterios se extendió ante sus ojos, entre ellos y el mundo exterior se habían interpuesto una nube y se había abierto un ojo en su espíritu.
Los misterios mayores llamados orgías sagradas, se celebraban cada cinco años, en boedromión, en el mes de septiembre, en Eleusis.
Fiestas simbólicas que duraban nueve días. Al octavo día se entregaba almystos la insignia de la iniciación, el tirso, junto a una canasta cerrada o “cisto” que contenía objetos de oro misteriosos (una piña símbolo de fecundidad y generación; una serpiente espiral, símbolo de la evolución universal del alma caída en la materia y redención por el espíritu; y un huevo esfera o perfección divina, objetivo del hombre) cuya comprensión debía dar el secreto de la vida y que tan sólo podía abrirse finalizada la iniciación ante el hierofante.
Tras juramentarlos no revelar los misterios era preciso atravesare el imperio de la la muerte, la prueba de los iniciados, “desafiar a las tinieblas para gozar de la luz”, revestidos de cervatos en completa oscuridad entraban al laberinto subterráneo en donde gemidos y visiones y apariciones terroríficas súbitas asaltaban a los mystos, que Plutarco relacionó con el estado de un hombre en su lecho de muerte. La más extraña acontecía en una cripta, donde un sacerdote frigio de pie ante un brasero de cobre que iluminaba intermitentemente la sala , obligándoles a sentarse a la entrada, lanzaba al brasero puñados de perfumes narcóticos, que envolvían a los mystos con confusas formas cambiantes cerrándoles el paso, mientras el sacerdote les decía pasad, quienes tras varios intentos lo conseguían porque su firme resolución desvanecía el sortilegio accedían a una sala circular mayor, iluminada fúnebremente, en cuyo centro un árbol de bronce, elevaba su follaje por el techo, en donde se ocultaban representaciones de todos los demonios que se encarnizan con el hombre, bajo el se representa a Plutón con su esposa Perséfona, como soberana de los muertos.
Súbitamente de una galería ascendente brillan antorchas que los llaman Venid Iacchos ha vuelto, Demeter espera a su hija Evohé
Perséfona se levanta pero una mano la retiene, la antorchas de apagan y una voz exclama “¡Morir es renacer!”, Los mystos se abalanzan por la abertura del subterráneo donde se les despoja de la piel de cervatos, les rocían de agua lustral, los revisten de lino y les llevan a templo iluminado donde son recibidos por el Gran Hierofante que les instruye, donde el Sol es un porta-antorcha, la Luna su oficiante cerca del altar, y Hermes su Heraldo místico.
El Sumo Sacerdote asimilado al Demiurgo les da la bendición suprema Konx Om Pax “Que tus deseos se cumplan; vuelve al alma universal”
Los iniciados se habían ido poco a poco identificándose con la acción, de simples espectadores se convirtieron en actores y reconocían al fin que el drama de Perséfona pasaba en ello mismos. El rito se ha consumado y los mystos devienen en videntes.
Aprendieron que la divina Perséfona, era la imagen del alma humana encadenada a la materia en esta vida o entregada a la otra a tormentos, si vivió esclava de sus pasiones. Pero que el alma puede purificarse por la disciplina, y presentir por el esfuerzo combinado de la intuición, la razón y la voluntad, participar de las verdades de la que tomará posesión en el inmenso más allá. Solo entonces Perséfona volverá a ser la pura, luminosa, Virgen inefable, dispensadora de amor y alegría
Ceres personifica la Inteligencia divina y el principio intelectual del hombre, que éste debe alcanzar para obtener su perfección.
Tomado de  E. Schure

jueves, 12 de diciembre de 2013

EL ROSTRO MESTIZO DE MARÍA (Parte 2) Redención y Liberación


Redención y liberación de los oprimidos de América Latina/3




María liberadora de las formas enajenadoras de la cultura latinoamericana

La presencia de la Virgen María no es un tranquilizante, para la conservación de la paz. Al contrario, es estimulante y da energías, significado, dignidad y esperanza a los marginados y a las víctimas de la sociedad actual. Su presencia es la nueva fuerza de los débiles, para triunfar sobre la violencia de los poderosos.
En un mundo caracterizado por el machismo y el fatalismo, el mensaje que emana del "rostro mestizo de María" resplandece como "motivo de alegría y fuente de inspiración por ser la estrella de la Evangelización y la Madre de los pueblos de América Latina"[1].
 Gracias a María, la religión cristiana no solo trasciende, sino lleva a cabo todas las religiones del cielo; también cumple y realiza todas las instancias, exigencias, prefiguraciones propias de las religiones de la tierra, de la Diosa-Madre, de la fecundidad.
La presencia de María indica el vínculo profundo que el cristianismo tiene, no solo con el Antiguo Testamento, sino también con las religiones naturales.
A través de María, la revelación divina no solo desciende del cielo, sino es también fruto de la tierra. En consecuencia, no reconocer la importancia que Ella tiene en el cristianismo, quiere decir insistir sobre una obra de Dios en el hombre que, sin embargo, no implica de ninguna manera una cooperación del hombre[2].
Justamente, desde su punto de vista, el gran teólogo protestante Karl Barth afirmará que es precisamente en la doctrina y en el culto de María donde reside por excelencia la herejía de la Iglesia católica romana, a partir de la cual todas las demás se explican perfectamente.
En el sentido del dogma mariano, la "Madre de Dios" constituye muy simplemente el principio, el prototipo y la suma de las ideas por las cuales la creatura humana colabora a su salvación, sobre la base de una gracia preveniente. Para Barth, en la eclesiología cátolica hay una estructura fundamental basada en la cooperación, por la cual la Iglesia coopera con Cristo; no solo la Iglesia necesita del Cristo, sino también y rigurosamente el Cristo necesita de Ella[3].
Ahora, justamente en este punto de la mariología, correctamente entendido, está la superación de la religión de la Diosa-Madre donde vive la correspondencia hombre-madre, típica de una visión machista y determinista.
Esta superación se obtendrá recuperando la reciprocidad hombre-mujer, a la cual sigue la de madre en cuanto esposa.
María, como enseña Puebla, "es la cooperadora activa. ... Asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán"[4].
Esta libre colaboración hace que al don que la Persona divina ha hecho de Sí mismo a María corresponda, con su libre aceptación, el don de la Virgen. Y es propio en esta unión sobrenatural, que hace de María laesposa espiritual de Cristo y al mismo tiempo la madre según la carne, donde el gran teólogo alemán Scheeben[5] vio la nota característica de la Santa Virgen. Este carácter materno-nupcial libera la mariología de una visión que puede inducir a considerar a María como un pedazo casi divino, separado de la historia  de los hombres; un punto inalcanzable, protector y dispensador de favores, pero no dialéctico e inclusivo en la historia de los hombres.
En las expresiones con las cuales Juan Diego se dirige a la Virgen María, tenemos la superación de una visión machista y el reconocimiento del otro, no en cuanto inferior o superior, ni como sujeto que explica una función típica como la de la fecundidad. Juan Diego se dirige a la Virgen de Guadalupe con expresiones de gran ternura y dulzura: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora...". En estas expresiones, tenemos el reconocimiento del otro en cuanto otro. Para Juan Diego, si la Virgen María es la Señora, es también la "niña mía, la más pequeña". Hablando así, Juan Diego supera toda mentalidad de dependencia fatalista y, aceptando la Palabra, genera a la Madre de Dios ("la más pequeña de mis hijas"), genera a la Iglesia. En estas palabras de exquisita dulzura, la teología popular de América Latina se une a la gran teología mística del Occidente medieval: la Madre se hace Hija, porque, sin derogar nada a la prerrogativa peculiar de María, cada miembro fiel de la Iglesia, en la fidelidad a su misión, está llamado a participar de la maternidad divina de María, asumiendo y generando la vida de la humanidad redenta[6].
La Madre, que oye el gemido de dolor de su pueblo, es también la pequeña nena de quien Juan Diego se preocupa, preguntándole: "¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud?".
La Madre Liberadora, que refuerza y valoriza a cada hombre, cualquiera que sea su situación de incapacidad, de desaliento y de opresión, es la Madre que, al mismo tiempo, despierta el sentido de una misión histórica de liberación y misericordia, a la cual cada hombre está llamado. Ella nos enseña a conjugar, simultáneamente, la tarea de la asistencia misericordiosa con la de una promoción liberadora.
 Una solidaridad que se volviese solo asistencialismo sería verdaderamente negadora del mensaje de misericordia y liberación, que nos llega del rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe.
Ha escrito Virgil Elizondo: "La humanidad, si quiere sobrevivir, necesita encontrar un nuevo modo de tratar las diferencias culturales. Es aquí que se delinea el aporte del mestizaje hoy: manifestar en la propia persona que la promiscuidad racial no conduce necesariamente a destruir la nacionalidad cultural, sino que, al contrario, puede contribuir a construirla"[7].
En el rostro mestizo de María podemos contemplar el punto "donde confluyen múltiples legados que se enlazan entre ellos para construir el porvenir. Desde este punto se trata de mirar hacia adelante. No hacia un pasado mítico, el de las tradiciones inmutables o de una pureza ilusoria, peligro de todos los nacionalismos y de todos los integrismos. Sino hacia lo que es posible en los encuentros interhumanos, en los mestizajes ineluctables. No se trata, pues, del fin de la historia, sino, al contrario, de su renovación permanente, el juego infinito de la novedad capaz de recrearse incesantemente. Imprevisible, como el flujo continuo de los humanos que se mezclan y generan a otros humanos, haciendo emerger sobre el suelo del planeta Tierra la gran variedad de las sociedades y de las culturas"[8].
Emilio Grasso


[1] Documento de Puebla, 168.[2] Cf. E. GrassoMaria, terra di Dio, en E. GrassoFondamenti di una spiritualità missionaria. Secondo le opere di Don Divo Barsotti, Università Gregoriana Editrice (Documenta Missionalia 20), Roma 1986, 175-179.[3] Cf. K. BarthDogmatique, I/2*, Labor et Fides, Genève 1954, 132-133, 135.[4] Documento de Puebla, 293.[5] Cf. M.J. Scheeben, La Mère virginale du Sauveur, Desclée De Brouwer, Paris 1953, 90-105; cf. J. LécuyerMarie et l'Église comme Mère et Épouse du Christ, en "Bulletin de la Société Française d'Études Mariales" 10 (1952) 23-41.[6] Cf. E. GrassoMaria, terra di Dio..., 186-189.[7] V. ElizondoL'avenir est au métissage, Mame-Éditions Universitaires, Paris 1987, 147, cit. en J. AudinetLe temps, du métissage, Les Éditions de l'Atelier/Les Éditions Ouvrières, Paris 1999, 53.[8] J. AudinetLe temps, du métissage..., 153.

EL ROSTRO MESTIZO DE MARÍA, REDENCIÓN Y LIBERACIÓN




Redención y liberación de los oprimidos de América Latina/2




María de Guadalupe
[1]
Para Puebla, la identidad de América Latina "se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de  María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización"[2].
Juan Pablo II, en el discurso inaugural a la Conferencia de Santo Domingo, verá en "Santa María de Guadalupe un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada. En efecto −añade el Papa− en la figura de María, desde el principio de la cristianización del Nuevo Mundo y a la luz del evangelio de Jesús, se encarnaron auténticos valores culturales indígenas. En el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac se resume el gran principio de la inculturación: la íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante la integración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las varias culturas"[3].
El Documento de Aparecida también vuelve a insistir sobre la importancia de Nuestra Señora de Guadalupe, como signo de inculturación de la fe. Escriben a propósito los Obispos reunidos para celebrar la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe: "El Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas. Las 'semillas del Verbo', presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas: 'Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente'. La visitación de Nuestra Señora de Guadalupe fue acontecimiento decisivo para el anuncio y reconocimiento de su Hijo, pedagogía y signo de inculturación de la fe, manifestación y renovado ímpetu misionero de propagación del Evangelio"[4].
Ya en 1519, Hernán Cortés entra en México y en 1521 conquista la capital del imperio azteca. Diez años después (el 9 de diciembre de 1531) empiezan los acontecimientos de Guadalupe.
En aquel momento, la situación para el mundo indígena era muy difícil: política y militarmente derrotado y humillado, amenazado por la viruela y otras enfermedades traídas por los invasores.
Testigo y víctima de esta tragedia es Juan Diego, indígena de Cuautitlán, desde poco tiempo convertido y bautizado.
Juan Diego, cuando se dirigía a la iglesia de Santa Cruz para asistir a las lecciones de catecismo, oyó un suave gorjeo, un trino canoro de bellísimos y polícromos pájaros, que el eco repetía como una música celestial. Mientras miraba en derredor, de improviso cesó el canto y oyó una voz lejana que lo llamaba desde lo alto por su nombre: "Iuantzin Iuan Diegotzin". Son palabras que siempre han sido traducidas como "Juanito, Juan Dieguito", dándole al hecho una significación conmovedora de ternura maternal y de delicadeza. Pero hay que notar que en náhuatl la terminación tzin es también desinencia reverencial, es decir, se añade para significar reverencia y respeto[5]. Como una buena madre, que quiere reconstruir la familia deshecha, María se preocupa de la situación y necesidades de sus hijos: "Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, donde mostraré al Señor del cielo y de la tierra, lo ensalzaré y al ponerlo de manifiesto lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada de compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás devotos míos que me invoquen y en mí confíen: oír allí sus lamentos, remediar todas sus miserias, penas y dolores". Antes de estas palabras, la madre misericordiosa del pueblo de Juan Diego se había manifestado como "la siempre virgen santa María, madre del verdadero Dios por quien se vive, del Creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, Señor del cielo y de la tierra".
En la segunda aparición, frente a la "ardiente oración" de Juan Diego de confiar el cargo a una persona más importante, puesto que el Obispo "si bien me acogió gentilmente, no me creyó", la Santísima Virgen así respondió: "Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que son muchos mis servidores que podrían llevar mi aliento, pero es necesario que seas tú el elegido para ayudarme". Hay que notar que Juan Diego llama a la Virgen María "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía".
Al terminar la cuarta aparición Juan Diego subió a la desnuda colina para recoger frescas y espléndidas rosas (de Castilla) fuera de estación, perfumadísimas y llenas de rocío. Las recogió en el hueco de su ayate y tomó de nuevo la calzada. Llegado al palacio episcopal, se arrodilló delante del obispo y, después de haber repetido el mensaje, desplegó la blanca tilma que hasta entonces había tenido estrechada contra el pecho. Así que se esparcieron por el suelo todas las rosas (de Castilla), apareció de improviso sobre el ayate la bellísima imagen de la siempre Virgen madre de Dios, de la manera que se puede ver aún hoy en su templo del Tepeyac con el título de Guadalupe.

Significado de Guadalupe

Virgil Elizondo escribe: "Si queremos comprender la reacción de Juan Diego y del pueblo mexicano, deberemos mirar el acontecimiento no con nuestras categorías occidentales, sino desde el sistema de comunicación de los nahuatles de aquel tiempo. Lo que para los españoles era una aparición, para la conquistada y moribunda nación mexicana constituyó el nacimiento de una nueva civilización"[6].
Anotamos algunos elementos fundamentales que hacen ascender a Guadalupe, según las palabras de Juan Pablo II, a "gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada"[7].
1.  La Señora se apareció en la colina sagrada de Tepeyac, uno de los cuatro lugares principales de sacrificios de la América central. Era el santuario de Tonantzin, la virgen-madre del panteón indio.
2. La Virgen habla el náhuatl, la lengua de los conquistados y los vencidos y no de los conquistadores y vencedores.
3. Según la filosofía náhuatl, lo único verdadero y auténtico sobre la tierra es la poesía: las flores y el canto −que en sí encierran y representan toda la belleza, la verdad, la grandeza, el misterio de la divinidad− eran el medio de comunicación con Ometéol, el dios (¿único?) de todas las fuerzas de la naturaleza.
4. Auque existían horrores y catástrofes, el camino de "las flores y del canto" permanecía siempre abierto a un retorno hacia Dios.
5. Además, el vestido de la Virgen era de un rojo pálido, el color de la sangre derramada de los sacrificios y el color también de Huitzilopopchtli, el dios que daba y conservaba la vida. La sangre de los indios había sido derramada en suelo mexicano y había fertilizado a la madre tierra para que produjera ahora algo nuevo. Rojo era también el color del este, la dirección de la que sale el sol victorioso después de haber muerto durante la noche.
6. La Señora no llevaba máscara, como los dioses indios, y su rostro radiante y compasivo indicaba a cualquiera que la mirase, más allá de las palabras de reverencia, respeto y promesa de protección, que era la madre misericordiosa de todos.
7.  El particular más significativo era la petición de un templo por parte de la Señora. Frente al templo de los indios, quemado o destruido, que era el signo del fin de la civilización y de las tradiciones indias, está la petición de un templo; la que no significaba solo la construcción de un edificio donde la imagen suya podía ser venerada. Se trataba, en realidad, de la petición de un nuevo estilo de vida. Expresaría continuidad con el pasado, aunque lo habría superado radicalmente. En verdad, una civilización había terminado, pero otra nueva brotaba de la misma madre tierra.
8. El mensaje de Guadalupe supera la visión determinista de la historia. Como "María es protagonista de la historia por su cooperación libre, llevada a la máxima participación con Cristo"[8], así también Juan Diego, "el más pequeño", está llamado a no sustraerse a su misión y a dar su ayuda.
9. Como María, "la pobre ideal del Reino de Dios"[9], así también Juan Diego que se reconoce "un hombre del campo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda", con su obediencia, que es colaboración activa a la Palabra escuchada, llega a ser −como escribe Elizondo− "símbolo de los pobres y oprimidos que se niegan a dejarse destruir por el grupo dominante. La intención del relato es hacer que el arzobispo, símbolo del nuevo grupo dominante español, se convierta y haga que el grupo conquistador desvíe su atención de la  construcción de un centro rico y poderoso (gobiernos, ciencia y religión) y la dirija a la periferia de la ciudad, donde el pueblo sigue viviendo pobre y miserable"[10].

10. Con Guadalupe tenemos el paso de María Conquistadora a María Liberadora de los pobres y de los oprimidos. En sus palabras a Juan Diego: "... se me construya un templo... oír allí sus lamentos, remediar todas sus miserias, penas y dolores...", tenemos el paralelismo con las palabras por las cuales Yahvé llama a Moisés a su misión: "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos, y por esta razón estoy bajando, para librarlo..."[11].
Emilio Grasso





[1] Cf. V. MaccagnanGuadalupe, en Nuevo Diccionario de Mariología. Dirigido por S. De Fiores - S. Meo, Ediciones Paulinas, Madrid 1988, 803-819; cf. C.L. Siller AcuñaPara comprender el mensaje de María de Guadalupe, Editorial Guadalupe, Buenos Aires 1989; cf. A. Alcalá AlvaradoEl acontecimiento guadalupano en la evangelización americana, en Pontificia Commissio pro America LatinaHistoria de la evangelización de América..., 727-742. Para la narración de las apariciones, remitimos a estos textos, integrados por algunas observaciones de González Dorado, en A. González Dorado, De la María Conquistadora..., 26-31. El acontecimiento de Guadalupe sigue siendo objeto de estudios, investigaciones y congresos científicos. Además, se lo investiga en cada uno de sus elementos y personajes, en un nexo estrechamente relacionado al proceso histórico de formación de la conciencia católica en el continente americano. Cf. F. González Fernández - E. Chávez Sánchez - J.L. Guerrero Rosado, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Editorial Porrúa, México 1999; cf. P. Scarafoni - F. González (a cargo de), Guadalupe. Evangelización e historia de América. Actas del Congreso tenido el 21 de marzo del 2003 en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma), Grafite Ediciones, Bilbao 2003; cf. F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo. El Acontecimiento Guadalupano, cimiento de la fe y de la cultura americana, Ediciones Encuentro, Madrid 2004.[2] Documento de Puebla, 446.[3] Discurso inaugural del Santo Padre. Nueva Evangelización. Promoción Humana. Cultura Cristiana. "Jesucristo ayer, hoy y siempre", § 24, en IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo, 12-28 de octubre de 1992,Nueva Evangelización..., 25-26; cf. Iglesia en América, 70.[4] Documento de Aparecida, 4.[5] Cf. C.L. SillerAnotaciones y comentarios al Nican Mopohua, en "Estudios Indígenas" VIII, 2 (1981) 227. Cit. en A. González DoradoDe la María Conquistadora..., 29.[6] V. ElizondoLa Virgen de Guadalupe como símbolo cultural: «El poder de los impotentes», en "Concilium" (esp.) n.º 122 (1977) 154. Aquí seguimos algunas indicaciones del autor.[7] Discurso inaugural del Santo Padre. Nueva Evangelización..., § 24, 25.[8] Documento de Santo Domingo, 104.[9] E. PerettoPobre, en Nuevo Diccionario de Mariología..., 1628.[10] V. ElizondoLa Virgen de Guadalupe..., 157.[11] Ex 3, 7-8.