martes, 24 de septiembre de 2013

Francisco Xavier Clavijero (1731-1787) Erudito,Humanista y Jesuita mexicano.

Investigador profundo de nuestra realidad cultural e histórica fue el humanista Francisco Xavier Clavijero. Su relativamente breve existencia, pues murió a los 56 años de edad, se caracteriza por una decidida entrega al estudio, siempre en relación con la cultura patria. Aunque no son escasas las monografías que sobre él y su obra se han escrito, sin duda el mejor camino para recordar aquí su trayectoria y pensamientos nos lo dan sus propios escritos, los trabajos que publicó y también algo de lo que de su correspondencia se conserva. Muy digna de tomarse en cuenta es asimismo la biografía que de él nos dejó quien fuera su compañero y amigo hasta los últimos días, durante su destierro en Italia, el también veracruzano y exiliado, Juan Luis Maneiro.
Por un escrito del mismo Clavijero, que hasta hace poco se conservaba inédito, sabemos que la fecha precisa de su nacimiento, en la ciudad de Veracruz, fue no el 9 sino el 6 de septiembre de 1731.1 Hijo de padre español, había él de tipificar la actitud de no pocos de los criollos del siglo XVIII que, por encima de todo, fueron y llegaron a sentirse plenamente mexicanos. Su padre desempeñaba un puesto en la administración de la Nueva España. Debido a esto la familia Clavijero tuvo que cambiar varias veces de residencia. La infancia de Francisco Xavier transcurrió así en distintos lugares del país y casi siempre en regiones de población preponderantemente indígena. Primero estuvo en Teziutlán, en el actual estado de Puebla, y más tarde en Jamiltepec, en la Mixteca Baja de Oaxaca. Como lo nota su biógrafo Maneiro,
tuvo desde pequeñuelo ocasión oportuna de tratar íntimamente con gentes indígenas, de conocer a fondo sus costumbres y naturaleza, y de investigar con suma atención cuanto de especial produce aquella tierra, fueran plantas, animales o minerales. Por su parte los indígenas no habían elevado monte, ni cueva oscura, ni ameno valle, ni fuente, ni arroyuelo, ni otro lugar que atrajera la curiosidad, a donde no llevaran al niño para agradarlo...2

Algunos años más tarde, hacia 1743, encontramos a Clavijero en la ciudad de Puebla, enviado por sus padres para estudiar allí la gramática en el Colegio de San Jerónimo y posteriormente la filosofía en el de San Ignacio, a cargo de los jesuitas. Cuatro años después, inclinándose por la carrera eclesiástica, ingresó en el seminario angelopolitano y comenzó a estudiar el primer curso de teología.
El mismo Maneiro, que tan de cerca conoció a Clavijero, nos dice, no sin cierta gracia, que "aunque entonces fue la teología su principal preocupación, sin embargo, en las horas de descanso se entregaba con empeño a estudios agradables..."3 Y a continuación aclara que por "estudios agradables" entiende sus asiduas lecturas de autores como Quevedo, Cervantes, Feijoo, el angelopolitano Parra, sor Juana Inés de la Cruz y también de cuantas obras de tema histórico podía haber a las manos, al igual que de aquellas otras, de más difícil obtención, sobre recientes descubrimientos en el campo de las ciencias naturales.
Clavijero no permaneció largo tiempo en el seminario de Puebla. Tras algunas vacilaciones, se decidió al fin a abrazar la orden de los jesuitas. El 13 de febrero de 1748 ingresó en el colegio que éstos tenían en Tepotzotlán. La innegablemente sólida formación que recibían los miembros de esta orden iba a fructificar al máximo en la persona del joven estudiante. Guiado por sus maestros, pudo ahondar entonces en distintos campos del saber. Perfeccionó sus conocimientos de la lengua latina y llegó a dominar también la griega. Y otro tanto cabe decir respecto del francés, portugués, italiano, alemán e inglés, sin olvidar la lengua náhuatl o mexicana que, como él mismo lo refirió, había aprendido desde su más temprana juventud. Sus conocimientos lingüísticos, vale la pena destacarlo, le permitieron desde entonces estudiar y gustar a sus anchas de lo mejor de la literatura de no pocos autores de culturas tan distintas.
Enviado a Puebla en 1751, vuelve a dedicarse allí por algún tiempo al estudio de la filosofía. Como lo refiere Maneiro, y lo han mostrado quienes se han ocupado más directamente del pensamiento filosófico de Clavijero, se consagra entonces a la lectura de autores como Duhamel, Purchot, Descartes, Gassendi, Newton y Leibniz. De esta etapa de su vida proviene el gran interés que siempre mantuvo por las corrientes del pensamiento moderno y que habrían de llevarlo más tarde a concebir la necesidad de una radical transformación en los estudios filosóficos y científicos en el ambiente novohispano de su tiempo.
De vuelta en la ciudad de México para continuar el currículum de estudios establecidos por los jesuitas, se dedica de nuevo a las disciplinas teológicas en el Colegio de San Pedro y San Pablo. Necesario es recordar que entonces, y también desde mucho antes, tuvo Clavijero la fortuna de convivir con varios distinguidísimos estudiantes de su orden. Entre éstos deben mencionarse los que con razón han sido llamados "humanistas mexicanos del siglo XVIII", figuras como Francisco Javier Alegre, José Rafael Campoy, Juan Luis Maneiro, Pedro José Márquez, Andrés Cavo y otros más. Precisamente su compañero y amigo Campoy fue quien le mostró el rico tesoro de documentos indígenas que se conservaban en el mismo Colegio de San Pedro y San Pablo como preciada herencia de don Carlos de Sigüenza y Góngora.
Clavijero —dice Maneiro en su biografía— siguió a Sigüenza como ejemplo en sus investigaciones y, viendo aquellos volúmenes, se llenó de sumo placer por razón de la sincera benevolencia con que amaba a los indios. Y no dejaba de admirar el pulido papel de los antiguos indígenas antes de serles conocida la cultura europea. En cuanto a aquellas inscripciones jeroglíficas, siempre las retuvo en su memoria y nunca cesó de entregarse a admirables esfuerzos con el fin de comprenderlas...4

Por entonces, aun cuando no había concluido sus estudios, se dedicó por algún tiempo a la docencia. Actuó así como prefecto de los alumnos del Colegio de San Ildefonso. Con gran pena hubo de percatarse de lo anticuado de los métodos allí vigentes en materia de educación y formación de los jóvenes. Con cautela manifestó oportunamente su parecer a los superiores y llegó a proponer las reformas que a su juicio debían introducirse. Éstas, por demás está decirlo, se inspiraban en sus muchas lecturas que definitivamente habían abierto su espíritu a la modernidad.
Algún tiempo después, haciéndose excepción con él, ya que no había recibido aún las órdenes sacerdotales, se le encomendó la cátedra de retórica en el Colegio Máximo de los jesuitas. Una vez más, y no por afán de novedad sino porque se sentía obligado a ir en contra de los que tenía por vicios inveterados, introdujo modificaciones en los estudios a su cargo.
1 Véase "Documentos para la biografía del historiador Clavijero", publicados por Jesús Romero Flores, en Anales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, t. I, 1939-1940 (aparecido en 1945), p. 316.
2 Juan Luis Maneiro y Manuel Fabri, Vidas de mexicanos ilustres del siglo XVIII, prólogo selección, traducción y notas de Bernabé Navarro, Biblioteca del Estudiante Universitario, México, 1956, p. 122.
3 Ibid., p. 125.
4 Juan Luis Maneiro, op. cit., p. 135.

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