La historia de la primitiva población de Anáhuac es tan oscura y está alterada con tantas fábulas (como al lado de los demás pueblos del mundo), es imposible atinar con la verdad. Es cierto e indubitable, así por el venerable testimonio de los Libros Santos, como por la constante y universal tradición de aquellos pueblos, que los primeros pobladores de Anáhuac descendían de aquellos pocos hombres que salvo el Diluvio Universal la Providencia, para conservar la especie humana sobre la haz de la tierra. Tampoco puede dudarse que las naciones que antiguamente poblaron aquella tierra, pasaron a ella de otros países más septentrionales, que muchos años o siglos antes se habían establecido sus mayores. En esto dos puntos están acordes los historiadores toltecas, chichimecas, acolhúas, mexicanos y tlaxcaltecas; pero ni sabemos quiénes fueron los primeros pobladores, ni el tiempo en que pasaron, ni los sucesos de su transmigración y de sus primeros establecimientos. Varios de nuestros historiadores que han querido penetrar este caos, guiados por la débil luz de las conjeturas, de fútiles combinaciones y de pinturas sospechosas, se han perdido entre las tinieblas de la antigüedad y se han visto precisados a votar narraciones pueriles o insubsistentes. Algunos autores fundados en la creación de los pueblos americanos y en los huesos, cráneos y esqueletos enteros de extraordinaria magnitud que en varios tiempos y lugares de la nueva España se han desenterrado, han creído que los primeros pobladores de aquella tierra fueron gigantes. Yo no dudo, que los hubo en esta y en otras partes del América, pero no creo que hubiera jamás nación entera de ellos, sino que fueron individuos extraordinarios de las naciones conocidas, o de otras anteriores que ignoramos, ni puede averiguarse el tiempo de su existencia. La primera nación de que tenemos algunas, aunque escasas noticias, es la de los toltecas. Estos desterrados, según dicen, de su patria Huehuetlapallan, parís según conjeturas, del reino de Tollan, de donde tomaríamos el nombre,16 situado al norte o noroeste de Nuevo México, su peregrinación en el año 1 técpetl, que fue el 511 de la Era Vulgar. En cada lugar detenían el tiempo que les sugería su antojo, o exigían las necesidades de la vida. En donde les pareció oportuno hacer más larga mansión, fabricaban casas, llevaban la tierra y sembraban las semillas de maíz, de algodón y otras que consigo llevaban para proveerse de alimento y vestido. Así vagaron dirigiéndose siempre hacía las partes meridionales, por espacio de una Edad, que son 104 años, hasta arribar al lugar que llamaron Tollantzinco, distante unas 18 leguas del norte del lugar donde algunos siglos después se fundó la ciudad de México. En toda su larga peregrinación iban siempre regidos de cierto número de capitanes o señores, que eran siete cuando arribaron a Tollantzinco. En este país, quisieron fijarse, sino apenas pasados 20 años se retiraron 14 leguas hacia el poniente a las tierras de un río en donde fundaron la ciudad de Tollan, del nombre de su patria, la más antigua de la tierra de Anáhuac, y una de las más célebres en la historia mexicana. Esta ciudad fue constituida metrópoli de la nación y corte de sus reyes. Comenzó a la monarquía de los toltecas, según refiere susto sus historiadores, en el año VII ácatl, que fue el 667 de la Era Vulgar. Y luego 384 años. Ved aquí la serie de sus reyes, la expresión del año de la Era Vulgar, en que comenzaron a reinar. Chalchiuhtlanetzin, en el ……………… 667 Ixtlicuechahuac, en el ………………….. 719 Huetzin, en el ……………………………….. 771 Tolteuh, en el ………………………………… 823 Nacáxoc, en el ………………………………. 875 Mitl, en el ………………………………………. 927 Xiuhtzaltzin, en el …………………………. 979 Topilzin, en el ……………………………… 1031 No es de extrañar que sólo ocho monarcas renacen en poco menos de cuatro siglos; porque tenía aquella nación la extravagante ley de que ninguno ocupar el trono más tiempo ni menos de un siglo tolteca, que constaba como el de los mexicanos y demás naciones cultas, de 52 años. Si el rey cumplirá el siglo en el trono, dejaba luego el gobierno y entraba otro en su lugar; si moría antes como era regular, quedaba gobernando a nombre del difunto la nobleza, hasta completar los 52 años. Así dio en la reina Xiuhtzaltzin, que habiendo muerto a los cuatro años de reinado, le sustituyó la nobleza y gobernó los restantes 48 años. Policía de los toltecas Los toltecas fueron celebrar hicimos por su cultura y por su excelencia en las artes, de tal suerte que los siglos posteriores se dio por honor en nombre de toltecas a los artífices más sobresalientes. Vivieron siempre en la sociedad, congregados en poblaciones bien arregladas bajo la dominación de sus soberanos y la dirección de sus reyes. Fueron poco guerreros y más adictos al cultivo de las artes que al ejercicio de las armas. A su agricultura se reconocieron deudoras las posteriores naciones, del maíz del algodón, de Chile y de otros utilísimos los frutos. No solamente ejercieron las artes de primera necesidad, sino aún aquellas que sirven a la magnificencia y a la curiosidad. Sabían fundir en todo género de figurar el oro y la plata que sacaban de las entrañas de la tierra, y labraban primorosamente toda especie de piedras. Esta fue la arte que los hizo más célebres en aquel reino. Pero para nosotros nada los hizo más recomendables que el haber sido inventores o a lo menos reformadores del método de contar los años, de que usaron los mexicanos y demás naciones cultas del Anáhuac; lo cual supone, como veremos, muchas observaciones prolijas y conocimientos precisos de la astronomía. El caballero Boturini, sobre la fe de las historias de los mismos toltecas, dice que, habiendo estos reconocido en su antigua patria Huehuetlapllan el exceso de casi seis horas del año solar sobre el civil de que usaban, lo arreglaron por medio del día intercalado cada cuatro años; lo cual ejecutaron, dicen, ciento y tantos años antes de la Era Cristiana. El mismo autor refiere que el año 660 de Cristo, reinando Ixtlicuechahuac en Tollan, Huematzin celebre astrónomo, convocó, con acuerdo del rey, a los sabios de la nación y pintó en ellos aquel gran libro que llamaron Teoamoxtli (libro divino) en que con distintas figuras se daba razón del origen de los indios, de su dispersión después de la confusión de las lenguas en Babel, de sus peregrinaciones en el Asia, de las primeras poblaciones que tuvieron en el continente de la América, de la fundación del imperio de Tula y de sus progresos hasta que el tiempo; de los cielos, signos y plantas; de su calendario, ciclos y caracteres; de las transformaciones mitológicas en que incluían su filosofía moral y por último de los arcanos de la sabiduría vulgar escondida entre los jeroglíficos de sus dioses, con todo lo pertinente a la religión, ritos y costumbres. Añade el citado caballero que los toltecas tenían notado en sus pinturas el eclipse solar acaecido en la muerte de nuestro Redentor, en el año VII tochtli, y que y que habiendo algunos españoles doctos e instruidos en las historias y pinturas de los toltecas, confrontado su cronología con la nuestra, hallaron que aquella nación numerada, desde la creación del mundo hasta el tiempo que nació Jesucristo, 5,199 años; que es puntualmente la cronología de la Iglesia Romana, siguiendo el cómputo de los Setenta. Sea lo que fuere de estas anécdotas del caballero Boturini, que dejó a juicio libre de los lectores prudentes e instruidos, es cierto que los toltecas tenían noticia clara y nada equivocada del Diluvio Universal, de la confusión de las lenguas y de la dispersión de las gentes, y aún nombraban los primeros progenitores de su nación que se separaron de las demás familias en aquella dispersión. Es igualmente cierto, como haremos ver en otro lugar (aunque increíble a los críticos del Europa, acostumbrados a medida por un rasero a todas las naciones americanas), que los mexicanos y demás naciones cultas tenían su año civil tan arreglado por medio de los días intercalados al solar, como los romanos desde la ordenación de Julio César, y que ésta es actitud se debió a las luces de los toltecas. Por lo que mira a su religión, eran idólatras e inventaron, a lo que parece, de mayor parte de la mitología mexicana; pero no hay vestigio de que usarse jamás de los bárbaros sacrificios que fueron tan frecuentes entre las últimas naciones que poblaron aquella tierra. Los historiadores texcucanos creen que los concretas fueron los que colocaron en el monte Tláloc aquel ídolo célebre del dios del agua, de que hablaremos adelante. Ellos fueron ciertamente los que fabricaron en honor de su favorito dios Quetzalcoatl la altísima pirámide de Cholula, y verosímilmente las famosas de Teotihuacán, en honor del sol y de la luna, que hasta hoy subsisten. El caballero Boturini creyó que los toltecas fabricaron la pirámide de Cholula por remedar la torre de Babel; pero la pintura moderna que alegra en confirmación de ese error, que es común en el vulgo de la Nueva España, es obra de un cholulteca ignorante y contiene falsedades, anacronismos y despropósitos. En los cuatro siglos que duró la monarquía de los toltecas se multiplicaron considerablemente y fundaron grandes poblaciones por toda aquella tierra; pero las estupendas calamidades que le sobrevivieron en los primeros años del reinado de Topiltzin, acabaron con todo su poder y felicidad. El cielo les negó por algunos años el agua necesaria a sus cementeras, y la tierra los frutos de que se alimentaban; el aire y inficionado de mortal corrupción llenaba cada día la tierra de cadáveres, y de terror y consternación los ánimos de los sobrevivientes a la ruina de sus nacionales. Pereció de hambre o de enfermedad mucha o la mayor parte de la nación; murió Topitzin a los 20 años de su reinado, y con él se inició la monarquía el año II Técpatl que fue él ni 52 de la Era Vulgar. El resto de la nación, huyendo de la muerte y solicitando remedio a tantas desgracias en otros climas, abandonó aquella tierra y se apareció en diferentes países. Unos se dirigieron hacia Onohualco y Yucatán, y otros hacia Quauhtemallan; pero quedaron en el reino de Tula varias familias esparcidas en el valle de México, en Cholula, en Tlaximaloyan y en otros lugares, y entre ellas dos principales hijas del rey Topitzin, cuya posteridad emparentó con las casas reales de Tezcuco, de Culhuacán y de México. Estas familias conservaron las memorias de la nación, su mitología, sus semillas y sus artes. Las pocas noticias que hemos dado de los toltecas son las únicas que nos han parecido dignas de algún crédito, es escuchando varias narraciones pueriles y fábulas de que han hecho uso sin dificultad otros historiadores. Apreciaría más haber visto el libro divino de que hace mención el caballero Boturini, y que cita en sus apreciables manuscritos Dn. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, por poner el mayor los los sucesos de aquella célebre nación. Tomado de: “Historia antigua de México” de Francisco Javier Clavijero. Editorial Porrúa, 1945. México. ____________________ Autor; Guillermo Marín. Antropólogo. De su Trabajo en Toltecayotl.org Nota de Toltecáyotl: Es interesante ver como el historiador relata claramente la conciencia histórica de los antiguos habitantes de lo que hoy llamamos México, que el nombre verdadero es ANÁHUAC; “La historia de la primitiva población de Anáhuac (…) que los primeros pobladores de Anáhuac descendían de aquellos (…) En esto dos puntos están acordes los historiadores toltecas, chichimecas, acolhúas, mexicanos y tlaxcaltecas.” Otro dato curioso es como el propio Clavijero critica el eurocentrismo en 1780; “como haremos ver en otro lugar (aunque increíble a los críticos del Europa, acostumbrados a medida por un rasero a todas las naciones americanas), que los mexicanos y demás naciones cultas…”. |
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martes, 24 de septiembre de 2013
LOS TOLTECAS. Francisco Javier Clavijero (1731-1787)
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